Un
millón y medio de chicos de 5 a 17 años realizan actividades económicas o
labores domésticas en la Argentina, obligados a contribuir con el sustento
familiar. Esto no sólo los priva de disfrutar de ser niños sino que además
compromete su educación, su salud y su futuro.
Qué linda la nena como
cuida a sus hermanitos", "mejor que esté cartoneando que vagueando en
la calle", "trabajar de chico lo ayuda a estar mejor preparado para
el futuro". Son frases que se escuchan y pasan desapercibidas todos los
días, pero para algunos especialistas constituyen el cimiento cultural sobre el
cual se erige el trabajo infantil en la Argentina.
Justamente estos mitos,
que valoran como positiva la incorporación de los niños al mundo laboral, son
los que según estas voces hacen que esta problemática sea tan difícil de
erradicar, puertas adentro en el ámbito familiar y puertas afuera en la
percepción social. Sin embargo, existe otra corriente de pensadores que sostienen
que en contextos específicos y bajo determinados cuidados, el trabajo infantil
es aceptable, y hasta puede ser beneficioso para el chico y su grupo familiar.
Nicolás tiene sólo 11
años, pero parece un adulto. Vive en la plaza de Tribunales con sus papás y sus
tres hermanos más chicos, y tuvo que aprender a sobrevivir en la calle: durante
el día junta diarios para después vender, mendiga por las esquinas y los fines
de semana cuida autos en Recoleta. "Me hice 150 pesos con los autos y
ahora me quiero comprar un Sega", dice Nicolás, mostrando un dejo de la
poca inocencia que le queda.
Por las tardes va a una
escuela de nivelación en Retiro y cuando tiene tiempo aprovecha para ir a algún
ciber a jugar a los videojuegos. "Hoy fui dos veces y me gasté 22
pesos", cuenta este amante del fútbol, feliz con la gorrita nueva que le
acaban de regalar los voluntarios de la Red Solidaria en sus recorridas por el
frío. "La próxima me traés una campera que tengo frío", suplica
Nicolás mientras se despiden.
"Los escenarios
posibles no tienen que ser trabajo infantil o droga, trabajo infantil o
situación de calle, trabajo infantil o desnutrición. Lo que se naturalizó es la
falta de igualdad de oportunidades para todos los chicos. Romper con esta
injusticia en temas de educación, salud y recreación es lo más complicado, y
por eso es fundamental un abordaje integral de la temática", sostiene
Pilar Rey Méndez, presidenta de la Comisión Nacional para la Erradicación del
Trabajo Infantil (Conaeti).
No son cientos ni miles,
sino que constituyen una masa de 1,5 millones de niños y adolescentes entre 5 y
17 años, que según el informe 2010 del Observatorio de la Deuda Social
Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA) realizan algún tipo de
trabajo. Este relevamiento se realiza en grandes centros urbanos de la
Argentina y en este caso se basa en entrevistas a 6400 niños y adolescentes
hasta 17 años. "Como no tenemos cifras poblacionales renovadas sacamos
estimaciones en función de los datos de 2001 haciendo una proyección directa de
esta muestra urbana al total país. Siendo el tema trabajo infantil podemos
trabajar sobre la conjetura de que en las zonas rurales la propensión al
trabajo es mayor", dice Ianina Tuñón, coordinadora del estudio. Estas
nuevas cifras encienden la alarma sobre esta realidad que condena a casi
621.000 niños a realizar trabajo doméstico intensivo (esto quiere decir que
tienen bajo su responsabilidad todas las tareas del hogar), a 783.000 a
realizar tareas económicas (venta ambulante, ayuda en un comercio y mendicidad,
entre otras) y a 126.000 a estar sometidos a ambos tipos de trabajo.
"No reniego de los
datos cuantitativos y a nosotros nos sería muy útil tenerlos a nivel nacional
porque estamos convencidos de que se redujo el trabajo infantil en los últimos
años, y no lo podemos respaldar con cifras. Los estudios que se hacen sobre la
base de cruces de datos nos parecen poco serios", sostiene Rey Méndez,
haciendo un mea culpa de la ausencia de cifras oficiales actuales en este tema.
De hecho, el último relevamiento nacional la Encuesta de Actividades de Niños,
Niñas y Adolescentes data de 2004 e indicaba que eran 750.000 los chicos de 5
a 17 años que estaban en situación de trabajo infantil. Sobre la base de
estimaciones del porcentaje de chicos que hacían tareas de trabajo doméstico,
ese número se redondeó en 1,5 millones, la misma cifra que hoy arroja el
estudio de la UCA.
¿Esto quiere decir que la
situación del trabajo infantil en la Argentina no se modificó en los últimos
siete años? "No sabemos si actualmente son más los chicos que trabajan,
pero sí que son más los que están en riesgo de trabajar, esto quiere decir que
alguna vez trabajaron o que son posibles candidatos a hacerlo por primera vez.
Esto se da por un deterioro general de las familias en el territorio, porque
padecen situaciones de pobreza, maltrato, abuso, adicción a las drogas, falta
de trabajo de sus padres y violencia. Son chicos que en general tienen padres
con empleos en negro, en situaciones precarias, muchos de los cuales también
pasaron su infancia trabajando", sostiene Soledad Gómez, responsable del
Programa de Inclusión Social de la Asociación Conciencia.
La Convención
Internacional sobre los Derechos del Niño (CIDN) establece, en su artículo 32,
que todos los niños tienen derecho a "estar protegidos contra la
explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser
peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su
desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social".
Este instrumento jurídico
fue ratificado por la Argentina por la ley N° 23849 y tiene el mayor rango
legal, desde que en 1994 la Argentina la incorporó a su Constitución Nacional
en el inciso 22 del artículo 75.
En cuanto a la
legislación nacional, la ley 26390 de prohibición del trabajo infantil y
protección del trabajo adolescente fue promulgada en 2008. Su principal
modificación es elevar la edad mínima de admisión al empleo a 16 años,
prohibiendo su actividad laboral en todas sus formas, exista o no relación de
empleo contractual, y sea éste remunerado o no.
En relación a la
protección del trabajo adolescente, establece que no podrán realizar jornadas
mayores a 8 horas diarias, que no podrán realizar trabajo nocturno, que tendrán
descanso al mediodía y un mínimo de 15 días de vacaciones anuales pagas.
Más allá de la letra, lo
cierto es que en un contexto económico en el que según cifras de SEL
Consultores el desempleo se encuentra en el orden del 7% y el trabajo informal
en el 34,1%, muchos de los hogares donde los ingresos no son suficientes ven
como posible solución que los niños contribuyan con su aporte al sostenimiento
del hogar. "En los sectores más postergados podemos decir que la situación
de la infancia no mejoró. Porque más allá de algunas mejoras a nivel social son
poblaciones muy dañadas, que necesitan de muchas generaciones para poder
reconstruirse. Lo que sí notamos es que, lamentablemente, cada vez empiezan a
trabajar desde más pequeños. Hace poco tuvimos que ingresar a chicos que tenían
5 años y cuidaban a los hermanitos", dice preocupada Marcela de la Fuente,
coordinadora del Programa Proniño de la parroquia de Nuestra Señora de Itatí,
en Virreyes oeste, provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, desde la
Conaeti aseveran que la Asignación Universal por Hijo (AUH) ha sido una
herramienta eficaz en la reducción del trabajo infantil. Actualmente la medida
alcanza a más de 3,5 millones de niños y adolescentes en casi 1,9 millones de
hogares, que en promedio reciben 415 pesos por mes cada uno. "No hay
estudios que nos permitan demostrar una relación directa entre la AUH y la
reducción del trabajo infantil, pero el aumento del 20% de la escolaridad
claramente nos da la pauta de cómo ha impactado. Un chico en la escuela es una
garantía de no trabajo y por eso es importante retenerlos en el sistema
educativo", explica Rey Menéndez.
Gómez, de Conciencia,
comparte el hecho de que la AUH haya podido colaborar de alguna manera en la
prevención del trabajo infantil, pero dice: "Como contrapartida, a los docentes
les cuesta mucho trabajar con chicos con sobreedad o que nunca fueron a la
escuela. Lo que está faltando es el empoderamiento de las familias para que
puedan tener un trabajo digno", afirma.
Están por todas partes.
Vendiendo artículos en el subte, limpiando vidrios y haciendo malabares en los
semáforos, lustrando zapatos en las esquinas, cartoneando por las noches,
ayudando en las cosechas, trabajando en talleres textiles o cuidando a sus
hermanos menores y ocupándose de las tareas del hogar. Y si bien una parte de
la sociedad ha tomado conciencia de su flagelo, a la hora de actuar queda
superada por la impotencia de no saber qué hacer para devolverle la niñez a
estos chicos atrapados por el fantasma de la subsistencia cotidiana y la
precariedad de recursos.
Son chicos que se vieron
obligados a cambiar libros y juguetes por malabares y estampitas. Algunos,
incluso, son producto de terceras generaciones que cargaron los ingresos
familiares en las manos de sus hijos menores dejándolos sin herramientas para
construir un futuro digno.
Ana María Lozano pasó su
infancia en el monte, cerca de la comunidad de Monterrico, Jujuy, casi al
límite con Salta. Como sus padres vivían de la cosecha del tabaco, ella
prácticamente se crío aprendiendo el oficio. Además, como era la mayor de 13
hermanos, era la encargada de cuidar a los más chicos, hacer las tareas del
hogar, cocinar y lavar la ropa mientras sus padres trabajaban. "Mi hermana
dice que mis papás nos hacían cosechar y encañar de muy chicos, pero yo no me
acuerdo", dice Ana María, que hoy sigue encañando de diciembre a marzo, ya
que con un promedio de 5 a 8 horas consigue cerca de 1300 pesos por mes. El
destino parecía llamar de nuevo a su puerta, cuando a los 11 años su hija
Tatiana empezó también a trabajar en la cosecha de tabaco. "A ella no le
gustaba porque se ensuciaba, por el polvo y porque se ampollaba las manos. Yo
también me lastimo, pero tengo que hacerlo y lo hago. Si no me encinto los
dedos y ya", explica Ana María, que gracias a que conoció el Programa
Porvenir de la Asociación Conciencia consiguió que su hija terminara el
secundario y hoy esté estudiando para ser enfermera.
En nuestro país, los
niños que trabajan participan de casi todo tipo de trabajo: agricultura,
industria, minería, construcción, trabajo doméstico, comercio, servicios,
explotación sexual y comercio de droga.
Gastón tiene 14 años y
vive en Florencia Varela junto con sus padres y sus 3 hermanos. Hace más de un
año que abandonó el 6° grado de la escuela primaria y la brocha gorda pasó a
ser su mayor compañía. Todos los días, a las 8, empieza con su trabajo de
pintor junto a su papá y su hermano mayor de 16, con una jornada laboral que
termina cerca de las 20.
"No me gusta nada
este trabajo y me canso mucho, pero lo hago por la plata. Preferiría trabajar
de cualquier otra cosa, pero sólo sé de pintura y albañilería", dice este
chico de pocas palabras. Su mamá trabaja de empleada doméstica en departamentos
y sus dos hermanos más chicos van al colegio.
"Me pagan por
trabajo terminado, pero saco alrededor de 700 pesos por mes. Parte va para los
gastos de mi casa y el resto me lo quedo para mí", dice Gastón, que sueña
con algún día poder volver al colegio.
En el ámbito rural, las
cosechas de tabaco, algodón, cebolla y aceitunas son las que tienen mayor
participación de niñas y niños. También cumplen tareas en la siembra y el
desmalezamiento; recolección de frutas y verduras, recolección y desgrane del
maíz, pastoreo y ordeño de animales.
"Somos conscientes
de que el sector agrícola es el más resistido por una cuestión cultural. El
pago a destajo, el hecho de que sean trabajos golondrina que generan el
traslado de todo el grupo familiar y la falta de espacios de contención y
recreación para los más chicos en las fincas hace que sea la modalidad más
difícil de erradicar", cuenta Rey Menéndez.
En los sectores urbanos,
los niños realizan tareas en pequeños comercios -camareros, ayudantes de
cocina, reparto de alimentos a domicilio, meseros, limpieza de locales- y en la
vía pública -reparto de volantes en la calle, venta de artículos, cuidado de
autos en playones, limpieza de calzado y mendicidad, entre otros-. El estar en
la calle los expone a amenazas como la oferta y producción de pornografía, la
explotación sexual y el tráfico de estupefacientes.
"Hay que diferenciar
cuando se trata de una estrategia familiar de supervivencia como vender
estampitas o cuidar a sus hermanos de una situación de explotación, como sucede
en los talleres textiles o con la trata", explica Bruno Domeniconi,
director general de Gestión de Políticas y Programas del Consejo de los
Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la ciudad de Buenos Aires.
En relación con el
trabajo doméstico, en un 90% son las niñas las que están expuestas a esta
situación, que se puede dar en el seno de su propia familia porque cuida a sus
hermanos mientras sus padres trabajan, o trabajar realizando tareas domésticas
en otros hogares o cuidando a adultos mayores.
"Los chicos también
tienen naturalizado el trabajo, pero sí encontramos en ellos un relato de
dolor, de queja, de que eso no les gusta. Cuando uno indaga y tiene contacto
con ellos ve que sufren porque tienen que cuidar a sus hermanos y no pueden ir
al colegio, o les duele la espalda de trabajar", dice De la Fuente.
La plataforma de la línea
B del subte termina su recorrido en Alem. Todos los pasajeros del vagón
descienden menos Facundo. El se queda, solo, sentado acomodando sus estampitas
mientras aprovecha para devorar el chocolate que le acaban de regalar.
"Vengo todos los
días a vender porque tengo que juntar 100 pesos para comprarme unas zapatillas
que quiero. Todavía me falta un montón", dice este nene, al que todavía se
le están terminando de acomodar los dientes.
Facundo vive en Florencio
Varela, está en 3er. grado de la escuela y todos los días cuando cae la tarde
se toma el tren junto a su mamá para trabajar en el subte. Es el mayor de 4
hermanos, su padre se las rebusca haciendo changas y su mamá está embarazada de
7 meses. "Tengo que seguir hasta las 10 de la noche y encontrarme con mi
mamá en Federico Lacroze", dice Facundo con pocas ganas de continuar con
su tarea.
Este testimonio pone de
manifiesto una realidad que complejiza el fenómeno del trabajo infantil en la
ciudad de Buenos Aires: el 97% de los chicos que realizan tareas en el subte y
el 75% de los que lo hacen en la calle viven en el conurbano bonaerense, según
el último relevamiento de las autoridades porteñas.
"Nosotros asistimos
a las familias que viven en la ciudad, pero cuando son del conurbano es
necesario que podamos trabajar articuladamente con los organismos que atienden
estos temas en la provincia. Por ahora no estamos teniendo mucho éxito con
eso", reconoce Domeniconi, a la vez que señala que según sus sondeos ha
disminuido la cantidad de chicos que trabajan en el subte.
¿Qué pueden hacer los
vecinos cuando ven a un chico trabajando? Llamar al 102. A partir de allí se
toman los datos, se hace una ficha y se envía a un operador a analizar la situación.
"Si el chico está solo, el Consejo puede disponer enviarlo a un hogar y si
está con su familia se trabaja con ellos para poder ofrecerles todas las
herramientas de política pública para que ese chico no tenga que trabajar. Si
no va a la escuela porque no tiene vacante se le consigue una, si necesita
atención médica se lo atiende y se le va dando un abordaje integral a su
situación, en función de la nueva concepción del niño como sujeto de
derechos", agrega Domeniconi.
Son las 22 y Juan Manuel,
de 13 años, arrastra por la Av. Cerrito un carrito lleno de cartones rumbo a
Constitución. "Ahora vamos a vender y nos volvemos para mi casa",
dice este joven abrigado con un buzo azul y su capucha, para protegerse del
frío.
Todos los días, junto a
su padrino, llega en tren desde Florencio Varela alrededor de las 19 para
recolectar lo que sea útil para hacer unos pesos. "A la mañana duermo y a
la tarde voy a la escuela", agrega Juan Manuel, que está en 7° grado.
Una de las mayores
preocupaciones del gobierno porteño en relación con la erradicación del trabajo
infantil es la imposibilidad de poder competir con los ingresos que estas
familias generan a través del trabajo infantil. "Lo que junta un chico en
el subte es superior a cualquier asignación o plan social que se le pueda dar
desde el Gobierno. Entonces siguen por esa vía porque les conviene", dice
Domeniconi, planteando como desafío el seguir haciendo hincapié en la
articulación con los organismos provinciales, en el sostenimiento de los
programas sociales dirigidos a evitar el trabajo infantil y en la restitución
de derechos cuando esta situación ya está instalada.
No poder ser niños. Esa
es la peor consecuencia que padecen los que se ven obligados a trabajar, cuando
en realidad deberían estar jugando, descansando, pasando tiempo con sus
familias o yendo a la escuela.
"Los padres no se
dan cuenta de que estas actividades impiden el desarrollo de los chicos, ponen
en riesgo su salud, su integridad física y les impide ir a la escuela. Es
mentira que es mejor que el chico esté trabajando que en la calle. Si está
trabajando se cansa. Como se cansa pierde atención en la escuela y empieza a
faltar. Termina por dejar la escuela y se queda sin futuro, reproduciendo el
círculo de pobreza", explica Gómez.
Las cifras del Barómetro
de la UCA respaldan este proceso de pauperización educativa: indican que los
chicos que trabajan tienen una propensión del 26,5% a dejar la escuela, del
9,1% a la inasistencia escolar y una del 15,4% al ausentismo.
"Cuesta mucho el
sostenimiento de la escolaridad, sobre todo a partir de los 12 años que es
cuando se da un quiebre. Esto genera que los chicos no logren la adquisición de
conocimientos, no sepan leer ni escribir, ni tengan una lógica matemática que
les permita resolver problemas. Entonces este niño va conformando una
subjetividad con una baja autoestima, que lo pone en un lugar de no saber, de
no poder y que le impide proyectar una vida digna. Se encuentra con muchas
falencias para proyectarse", agrega De la Fuente, que desde la aplicación
del Programa Proniño en Virreyes Oeste consiguieron un 80% de promoción de los
alumnos, un 8% de erradicación del trabajo infantil y un importante porcentaje
de disminución de horas de trabajo infantil y de mejora de sus condiciones
laborales.
En relación con la salud
está comprobado que muchos de los niños que trabajan se exponen a situaciones
de riesgo, como accidentes y enfermedades. ."El trabajo en los locales se
basa en la explotación y además es insalubre. En cuanto a la explotación
sexual, muchas veces se da porque los chicos son adictos al paco y lo hacen
para poder seguir consumiendo. A veces son los mismos padres los que lucran con
los chicos. Son familias de bajos recursos económicos y de pocos recursos para
la vida", sostiene Domeniconi.
Algo hemos avanzado, pero
todavía falta mucho por hacer. Esa es la conclusión a la que llegan los especialistas
consultados. Entre los logros conseguidos en los últimos años se señalan la
irrupción del trabajo infantil como problemática social, poder contar con una
normativa a nivel nacional como es la ley 26390 y la incorporación del trabajo
infantil en la agenda política.
"Un gran logro ha
sido la visibilización del trabajo infantil. Antes sólo se veía a un chico que
no iba a la escuela y ahora se entendió que intervienen una multiplicidad de
causas, y por eso es imprescindible un abordaje integral. Antes el foco estaba
puesto en el chico y hoy está puesto en el adulto. Porque para conseguir un
cambio a largo plazo es necesario darle un trabajo digno a los padres. También
se pasó de una mirada asistencial a una que busca darles herramientas para el
desarrollo de sus potencialidades", dice Gómez, con aires de esperanza.
A su vez, todos coinciden
en que los desafíos más importantes son darles opciones concretas de inserción
laboral digna a los padres, desenmascarar el trabajo doméstico que como se
realiza puertas adentro es muy difícil de controlar, generar espacios de
cuidado y recreación para que los adultos que trabajan en las cosechas puedan
dejar a sus hijos, sostener la escolaridad de los niños y adolescentes, y
conseguir generar un cambio cultural en las percepciones de los padres, para
que entiendan realmente el impacto que tiene el trabajo infantil en el futuro
de sus hijos.
Desde Conciencia, Gómez
dice que lo que más les cuesta modificar es el cambio cultural en las
comunidades en relación con el trabajo infantil. "Cuando una familia que
tenía a todos sus hijos en situación de trabajo infantil viene a pedirnos
alternativas para salir adelante, es el punto de partida porque ya dieron el
salto cultural. A partir de ahí sólo tenemos que insertarlos en el mercado
laboral", expresa.
Esto lo consiguen
mediante talleres sociolaborales y de alfabetización para adultos, en función
de las necesidades del lugar. Las capacitaciones también incluyen información
sobre cómo buscar trabajo o cómo presentarse a una entrevista y también los
contactan con organizaciones que hacen microemprendimientos.
La sociedad, el sector
social y el Gobierno están librando juntos, y por separado, diferentes batallas
para combatir este flagelo, pero no alcanza. Mientras tanto, chicos y
adolescentes como Nicolás, Facundo y Gastón siguen ganándose la vida trabajando
a la vez que pierden su infancia en la calle.
LOS DESAFÍOS DEL NUEVO
PLAN NACIONAL 2011-2015
Son diversas las aristas
que hay que atender para poder brindar una respuesta efectiva al flagelo del
trabajo infantil. Capacitación docente, concientización entre los agentes de la
salud, capacitación en oficios para adultos, creación de espacios como la Red
de Empresas contra el Trabajo Infantil, las comisiones provinciales e iniciativas
articuladas con ONG, son sólo algunas de las estrategias que desde 2006 se
llevaron adelante desde la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo
Infantil (Conaeti). Para poder lanzar el Plan Nacional para la Erradicación del
Trabajo Infantil y de la Protección del Trabajo Adolescente 2011-2015,
realizaron un profundo proceso de autoevaluación. "Estamos muy conformes
con lo hecho hasta ahora. Junto con la Secretaría de Empleo, la de Seguridad
Social y el Ministerio de Trabajo estamos poniendo el foco en el trabajo
decente de los adultos para que los chicos no tengan que trabajar",
enfatizó Rey Menéndez.
La salud es otra de las
áreas donde se seguirá haciendo un gran esfuerzo. A través de un convenio de
asistencia técnica con la Sociedad Argentina de Pediatría se concientizará a
los agentes primarios de salud (el médico de la salita, la enfermera o la
psicopedagoga en la escuela) en que ellos son los principales detectores del
trabajo infantil.
Uno de los principales
desafíos del nuevo plan es generar nueva información estadística. "Hemos
decidido introducir la temática del trabajo infantil en todas las encuestas que
se realizan de manera anual. Además, con el apoyo de la OIT, junto con el
Observatorio de Trabajo Infantil y Adolescente estamos capacitando a las
Copreti para que puedan llevar adelante estudios estadísticos rápidos, en
función de las diferentes modalidades como pueden ser rural, doméstico y en
basurales", expresó la funcionaria.
IMPACTO
EN LOS NIÑOS: CONSECUENCIAS DEL TRABAJO INFANTIL
- · Deserción escolar, repitencia o baja en el rendimiento
- · No disfrutan de momentos de juego, recreación y descanso
- · Conforman una subjetividad con una baja autoestima
- Presentan cuadros de fatiga y pueden sufrir problemas de salud a causa de una continua exposición a riesgos físicos
- · A nivel familiar se desdibujan o alteran los roles de los adultos y los chicos
- · Se reproduce el círculo de pobreza familiar
EN
LA SALUD SE EXPONEN A:
- · Irritabilidad y pérdida auditiva y ocular
- · Problemas posturales y contracturas
- · Deformaciones óseas por cargas excesivas
- · Problemas respiratorios debido a la inhalación de productos tóxicos
- · Problemas gastrointestinales
- · Lesiones y muertes por accidentes
Nota tomada de: LA NACIÓN de Argentina http://www.lanacion.com.ar/1395305-una-infancia-perdida