UNA PROFESIÓN PELIGROSA

Es inicio de semana, y la lluvia la ha recibido bien. La mañana se siente fresca y escucho con gusto como las gotas caen en el techo de mi cuarto “lástima que tengo cosas que hacer.
La alarma suena, son 0 7h30 y debo levantarme a toda prisa. Después de desayunar, cepillarme los dientes y vestirme, salgo disparada de mi departamento.
Entre la lluvia corro, trato de buscar un lugar seco para no mojarme más, las calles de la ciudad de Manta se encuentran llenas de agua, existiendo el peligro de salir salpicado de lodo por algún carro despavorido. Ya en la parada tomo el primer bus que aparece, a suerte mía, vivo en un lugar donde todas las líneas de cooperativa pasan. Se detiene inmediatamente el bus y me subo.
Buscando un lugar para sentarme, cerca del asiento del chofer hay uno vacío.
Mientras el auto bus avanza comienzan a surgir preguntas, ¿cómo será la vida de un chofer profesional?, ¿trabajan sin descanso todo el año?.
Marcelo Briones, de altura promedio, cabello negro, aproximadamente de unos 45 años, y padre de familia, se dedica a la conducción de transporte de buses desde ya 14 años.
“Es el sustento de mi familia, en mi hogar no existe otra fuente de empleo, por eso cada mañana hago el esfuerzo de levantarme con optimismo, encomendarme a Dios y realizar mi trabajo”, afirma, Briones, al girar el volante del bus, cuando pasamos por una curva cerrada, “las calles de manta son un poco estrechas”, pienso.
“Desde que estoy pequeño mis parientes más cercanos se han dedicado a esta profesión, mi padre fue uno de ellos, el me enseñó a manejar el bus, y me gusto”, confiesa, con una sonrisa en su rostro y con la mirada atenta a la vía, por lo que puedo apreciar es muy buen conductor, prudente y precavido.
La charla toma una pausa, llegamos a un semáforo, detenidamente Briones, observa como la lluvia cae por el parabrisas del bus,  “El temporal de lluvia es bueno para la ciudad de Manta, por su clima caluroso, pero cuando se desatan los aguaceros para nosotros los choferes se nos hace difícil circular por las vías que se encuentran resbaladizas, ya existió una vez en que los frenos de mi vehículo no me respondían pase el susto de mi vida”, argumenta, al retomar la vía principal de la ciudad.
“Como chofer uno aprende grandes experiencias día a día, como por ejemplo, para el señor/a usuario, no existe recorrido perfecto siempre se quejan de los minutos de atraso, o de adelanto, si estás corriendo mucho o muy lento la verdad que mi diario vivir es un dilema”, bromea, y sonríe entre su comentario, “es verdad, siempre los pasajeros nos quejamos por la atención así sea buena”, complemento a sus palabras.
“Para ser conductor se debe tener mucha paciencia y responsabilidad, por cada vida que se sube al bus y me la confía, por eso trato siempre, de manejar tranquilo”, concluye, Marcelo, mientras frena levemente en la parada de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (ULEAM).
Antes de bajarme le agradezco, se despide con la mano, y me ofrece una sonrisa expresando con alegría, la frase, “servido”, típica frace de un chofer amable y feliz con su trabajo, difícil pero honrado.

UN PARAÍSO FLUVIAL Y GASTRONÓMICO

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